lunes, octubre 16, 2017

Jean-Paul Marat, «el mártir» que reemplazó los crucifijos de París durante el Régimen del Terror

El pintor Jacques-Louis David recreó a los pocos meses el asesinato del líder de la izquierda radical por orden de los jacobinos, con el propósito propagandístico durante la Revolución francesa

 

Jean-Paul Marat se convirtió en la voz de la insurgencia dentro la propia Revolución Francesa. Su discurso condenó al Antiguo Régimen y mandó a la guillotina a losreyes Luis XVI y María Antonieta, así como a todos aquellos que no simpatizaban con la República.
La gente lo conocía como «el amigo del pueblo», por el diario que creó y llamó «L' ami du peuple». Sin embargo, no era un hombre precisamente carismático, pues la flama de su odio lo cegaba, ensombreciendo su supuesta buena voluntad, la cual se vio distorsionada por los sentimientos de venganza hacia la aristocracia.
«El amigo del pueblo» se convirtió en un verdugo. Él que había dejado de buscar a los culpables de la injusticia, para encontrar, casi al azar, chivos expiatorios del Antiguo Régimen. Muchos de sus correligionarios, dejaron de comulgar con su pensamiento. Estaban aterrorizados con el método inquisidor que utilizó para tratar los asuntos de la recién nacida República.
Los nombres que aparecían en su lista negra (considerado por él enemigos del nuevo Estado), no gozaban del derecho a juicio, pasando directamente a verse con la muerte. De esta manera, una gran parte de la izquierda republicana creía que si Marat vivía mucho tiempo más la ira de éste consumiría a Francia hasta reducirla en el miedo.
El líder pretendió representar los valores sociales durante su vida política. Sin embargo, únicamente creó una distorsión de los mismos. Con ello dió lugar a un socialismo alimentado por el resentimiento de un pueblo afectado por la injusticia social del Antiguo Régimen. De esta manera el hambre y las condiciones precarias de su rebaño le otogaron el gran púlpito desde donde radicalizaría el pensamiento republicano.
Marat propagó su odio como una epidemia. Conocido también como «la ira del pueblo», por su fervor inquisidor, quiso dar caza a sus correligionarios políticos de la izquierda moderada. Les acusaba de atroces crímenes políticos a través del diario «Journal de la République française».
Todo aquel odio se volvió al final en su contra. El 13 de julio de 1793 Jean-Paul Marat fue asesinado en su casa mientras tomaba un baño. Una girondina llamada Charlotte Corday lo apuñaló. Tanto ella como el resto de su grupocreyeron que este crimen podía frenar a los radicales y su anhelo de guillotinar a todo el sistema. Sin embargo, París ya se había contagiado de la rabia del líder. Marat se convirtió en el mártir. Este hecho dio lugar a uno de los periodos más oscuros de la República.

El orador

«La Revolución se ha vuelto contra el pueblo y se ha convertido en su mayor infortunio. Desde el mismo comienzo no ha habido nada más que una fuente continua de corrupción y conspiraciones», criticó Marat a los gerondinos. Sostenía que sus correligionarios de visión moderada eran los enemigos encubiertos del Estado.
Su fama venía haciendo redoble de tambores desde su tiempo universitario en Inglaterra. Su misma rebeldía le hacía cuestionar y negar muchas teorías respaldadas por la sociedad ilustrada por la ciencia. Sentía la necesidad de retar a las autoridades y con ello crear paradigmas.
En una de sus descabellados ensayos negaba la necesidad de la ciencia para la filosofía. La actitud que enfrentó a los grandes avances académicos le sirvió para que el gran Voltaire se fijara en él. Aunque el célebre pensador lo calificó negativamente, el único hecho de darle importancia hizo que los demás también se interesaran.
Gracias a la reprobación de Voltaire, Marat comenzaría a cosechar el interés público que le abriría camino en su oratoria. Sus ideas se convertirían, en gran medida, en las esperanzas de los oprimidos del Antigüo Régimen y por lo tanto en pólvora para la revolución.
El descarado desapego hacia el pueblo por parte de los soberanos Luis XVI y María Antonieta habían enfurecido a los hambrientos. Su don de palabra le ayudó a ganarse la confianza de los pobres. Marat prometía liberarlos de la miseria, y aunque no repartió los panes, se convirtió en una figura casi mesiánica que cobró más fuerza tras su asesinato.

Desencuentro revolucionario

El ansia de violencia del «amigo del pueblo» motivó la ruptura de la izquierda. De esta manera nacieron dos bandos, los radicales jacobinos y los moderados girondinos.
Aunque Marat fue elegido para representar al pueblo francés en la Convención Nacional allá por 1792. Con su nuevo cargo se sintió con el poder para condenar a los que comulgaran con él, de esta manera se acentuaba cada vez más el desencuentro revolucionario.
La aristocracia y todos aquellos políticos que estuvieran en desacuerdo con el método de Marat (guillotinar a los acusados sin celebrarse ningún juicio)aún siendo republicanos, se convertían en enemigos del Estado. Para ello creaba listas negras que él mismo publicaba en su medio de divulgación «Journal de la République française».
La información y el odio iban de la mano. La gente necesitaba culpables y con esa lista de «pérfidos del sistema» ya existía un motivo de caza que mantenía vivo el poder de Marat.
Los girondinos trataron de menguar la actividad de este representante. Para ello acudieron junto al Tribunal Revolucionario con el fin de que «el amigo del pueblo» respondiera por sus crímenes. Sin embargo la misión no tuvo éxito, Marat saldría airoso y con más popularidad.

El asesinato de Marat

Los girondinos estaban preocupados por la distorsión del sentido de justicia que velaba por los preceptos republicanos: «liberté, égalité, fraternité». Por esta razón Charlotte Corday, decidió ponerle fin a la hegemonía de Marat, para ello dejaría Normandía y se encaminaría a París.
La intrépida dama orquestó su asesinato. Existen varias teorías sobre cómo sucedió exactamente. La más aceptada sustenta que la girondina se presentó el 13 de julio de 1793 en la morada de la «bestia» (como así se refería al líder de la Convención Nacional), para entregarle una lista con nombres de traidores. Sin ningún tipo de desconfianza la dejó pasar. En ese momento Marat estaba tomando un baño para aliviar el dolor que le provocaba una afección que padecía en la piel, Corday aprovechó que Marat tenía la guardia baja y lo apuñaló.
«He matado a un hombre para salvar a cien mil», se había justificado Charlotte Corday cuando la apresaron tras cometer el crimen. 4 días después París sería testigo de su aguillotinamiento y su muerte fue en vano.
Marat seguiría vivo entre sus seguidores. Los jacobinos utilizarían su fatal destino para convertirlo en el mártir de la Revolución

La propaganda jacobina

Maximilien Robespierre, uno de los líderes de la sección radical, encargó a Jacques-Louis David, íntimo amigo de la víctima, un cuadro que recrease su muerte. La obra fue hecha en menos de tres meses, lo antes posible para ponerle rostro a la causa jacobina. Además se hicieron numerosas copias, las cuales se utilizaron como la propaganda que controló a la República hasta la primavera de 1794.
Aunque la pintura de Jacques-Louis David es hoy uno de los grandes tesoros del arte neoclásico, en su momento tuvo un efecto propagandístico negativo, que atentó contra la libertad y la vida de los ciudadanos franceses.
El Club de los Jacobinos, antes del asalto a la Bastilla, se había formado en base al «Decreto Social» de Jean-Jacques Rousseau; en el cual todos abogaban por la soberanía y sufragio popular. Sin embargo, la misma ignorancia los hizo enfrentarse con la causa original de la revolución. A pesar del esfuerzo que implicó instaurar un nuevo ciclo que prometía garantías a los ciudadanos, los mismos militantes cegados atentaron contra los de pensamiento diferente.
El asesinato de Marat desencadenaría un círculo de violencia desde 1793 a 1794, cuando finalmente guillotinaron al líder Robespierre.

La descristianización

El mártir legó al pueblo de Francia el Terror, una época en la que el «Comité de Salvación Pública», liderada por Robespierre, puso al país con la cabeza en la guillotina y prohibió todo tipo de credo (principalmente el catolicismo).
París danzaba con la muerte, miles de personas habían sido decapitadas en el intento de hacer una contrarrevolución o por negarse a abandonar sus creencias, y convertirse al nuevo dogma de Robespierre: el Culto a la Razón y al Ser Supremo.
La descristianización comenzaría con la irrupción en las iglesias y la retirada de crucifijos para reemplazarlos en muchos casos con el busto de Marat. Adorarle se convertiría en la salvación temporal durante el Régimen del Terror.